Enero 2024
Ya nadie cuenta las muertes por Covid 19, parece que es mejor ignorarlo…
Quién diría que los números servirían para dividir los capítulos de esta pesadilla. Sobreviví a cuatro infecciones del virus mortal para millones de personas, sólo porque no soy tan vieja, no soy tan débil, no soy enferma crónica y conozco un poco del uso herbolario, para la atención de las enfermedades respiratorias, infecciosas, de circulación sanguínea, inflamatorias.
Por poco y no la cuento, por poco y me pierdo en las cifras como tantas otras personas que quedaron en las estadísticas de la muerte por esta enfermedad y las otras que quedaron en las sub-estadísticas de la negligencia médica y la secrecía de las familias que no quisieron cremar a sus muertos y buscaron la forma, incluida la corrupción, de registrar la muerte de su familiar con causa en cualquiera otra enfermedad que no fuera el COVID 19.
Hoy, escribo después de mucho tiempo de no hacerlo en este bloque, es enero de 2024. Han pasado 4 años desde los primeros casos de esta enfermedad nueva. Las suspicacias continuan igual que la enfermedad continua mutando.
Los conspiranoicos insisten en que el COVID 19 es una enfermedad creada en laboratorios, aseguran que las vacunas logradas en tiempo récord no funcionan y siguen negándose a vacunarse.
Cabe aclarar que tengo tres dosis de la vacuna de Aztra Seneca y que, creo yo, gracias a eso, no morí. Después de cada vacuna, enfermé, pero las consecuencias fueron menores a las que desarrollé en los primeros dos contagios que tuve, la primera en marzo de 2020 y la segunda en julio del mismo año, en esa ocasión casi morí. Me faltaba el oxígeno, me quedaba dormida por la falta de aire en mis pulmones. Perdí 20 kilos, vi mi cabello caer hasta un 70%, asumí que sería calva y cinco meses después, descubrí que mi cabello volvía a nacer.
La tercera infección llegó y tenía ya mi primera dosis de vacuna, fue doloroso aunque no como la segunda ocasión. En lugar de enfermar por cuatro meses, me duró sólo dos meses pero, de nuevo, vi caer mi cabello y supe lo que significa la mala circulación sanguínea al ver mis dedos amoratados, al tener cefalea y perder un par de dientes. Otra vez bajé de peso, mi piel se volvió ceniza, y me vi muy amarilla. Para entonces, sabía usar plantas que se usan para mejorar la circulación sanguínea, otras como expectorantes y otras más para mejorar mi caída de cabello.
Por supuesto, hice uso de suplementos alimenticios y vitaminas, dejé de comer carne y bajé mi consumo de lácteos después de recuperarme de la infección.
Llegó la segunda y tercera dosis de la vacuna, experimenté depresión, migrañas, mala circulación sanguínea y después de la tercera dosis de la vacuna, varios meses después desarrollé tinitus y vértigo, que desapareció unos meses y luego volvió con mayor intensidad, hasta llegué a pensar que tenía problemas con mi presión arterial, cosa que corroboré midiendo los niveles de la misma y dándome cuenta de que no era hipertensión, como temía, sino hipotensión, así que eliminé el uso de gengibre y volví al MUICLE, el orégano, la remolacha y dejé de tomar café, lo que fue un verdadero sacrificio.
El Covid 19 me regaló el zumbido permanente con el que despierto y luego lo pierdo en el transcurso del día, y éste vuelve durante el sueño, aunque ya no es tan frecuente. Mi memoria falla, mi depresión se ha ido, mi cuerpo en general se está marchitando gradualmente, mi piel comienza a verse como un papiro arrugado y mi piel pierde elasticidad. Es decir, estoy envejeciendo rápido.
No puedo decir que todo va bien, en realidad la economía ha sido afectada en general y con ello mi economía se ha mantenido en un nivel límite. Apenas alcanzo a cubrir mis gastos y los de mi hijo. Apenas alcanzamos a mantener una calidad básica de vida y yo, sigo aferrada a la palabra.
334,336
agosto, 2023
silencio
mi sentencia
siempre es silencio
marzo, 2020
Julio 2020
Dejé de contar los días del encierro, comencé con algo más simple, los minutos… No me refiero a cualquier tipo de minutos, no estoy escribiendo de esos pequeños lapsos que -en ocasiones- se transforman en micro torturas por ansiedad o frustración. No, esos son inofensivos.
Los minutos que yo cuento, son los minutos de silencio que se guardan frente a los restos de alguien que ha partido; es ese minuto dantesco del último adiós, antes de dar la vuelta y seguir caminando.
Dicen que han llegado tres olas de muerte pandémica, yo he contado cuatro, con todo lo que el cuatro representa, con las cuatro orillas del mundo cuadrado que no deja de gritar que nada es cierto, que todo es un invento, que nos quieren controlar y, para ser franca, no veo mucha resistencia. Las pocas barricadas de la resistencia terminan tiradas por borda y nadie hace nada.
No es que sea nuevo todo esto o yo, una ingenua sempiterna. Es que no termino de comprender cómo es que no hay viraje cuando es claro que vamos a directo a la extinción.
Este sentimiento de ser la única que se detiene al borde del abismo, mientras toda la gente sigue caminando y avanzando en la fila para morir, es lo que no me dejó guardar silencio y lo que ahora me tiene sin palabra, muda, con el silencio como candado de tres combinaciones.
Dicen que el hoyo en la capa de ozono ya no existe y que fue posible, gracias a la pandemia. Apenas estaba contemplando el cambio cuando los que deciden notaron que sólo morían los que ya estaban enfermos antes de todo esto y decidieron dejar que el mundo siga su curso… y la tierra continuó con su catarsis con incendios dantescos, inundaciones nunca vistas, temperaturas récord que se dieron hace más de 100 años, luego sequía, luego inundaciones, tolvaneras, ciclones y huracanes, la tierra está enferma.
Somos el virus.
270 MIL 811
MINUTOS de
SILENCIO
Si Dios existe,
es sádico.
Lo bueno del Covid-19
El año sabático, la austeridad forzada, la baja de emisiones de carbono, el tiempo libre para aprender todo eso, siempre pospuesto ante la lista de pendientes que nunca termina; la meditación, el yoga, la vibración con música para sanar; bajar el stress, eliminar la ansiedad; el desarrollo de un nuevo estilo de vida sin drogas que comprometan la inmunidad. Con huertos, con plantas, con nuevos proyectos para libros futuros, con nuevos hábitos, la esperanza de vida en el mínimo rango de los 60 años, si no es que antes…
Hace tiempo que dejé de contar el tiempo en días, comencé a nombrar los días con el número de vidas perdidas; en ese entonces, el número no incluía a la gente que me importaba, la que duele por su ausencia. Ella vive en el eco de la memoria, en ese pedazo de recuerdo mientras cocino, mientras limpio la cocina, mientras bebo café y miro esas películas de charros machistas, sólo por recordarle a ella, ensimismada mientras veía por centésima vez al charro que canta arriba del caballo para llegar a la ventana de la mujer de su anhelo.
Mientras yo, sin ingreso ni empleo, trabajo con mis resentimientos misántropos, busco desprenderme del odio que siento y disfruto cada segundo con mi hijo, mis gatos, el tiempo, la vida, hoy tan corta, ayer infinita. ¿Cómo olvidar a Sartre? ¿Cómo no pensar en Simone, en Camus, en Ginsberg, en Patti Smith y llorar con Janis, Hendrix, Murphy…?
La vida siempre tan frágil y la guerra contra los viejos, porque sale caro cuidarles después de exprimirlos y envenenarlos con toda la mierda del mercado.
¿Cómo seguir?
Escapando del ilusorio mundo que nos rodea,
nos engaña con mentiras como las promesas perdidas,
como la rifa sin premios,
un momento de verdad que no te quita el aliento, al contrario
te impulsa a jalar más aire y seguir,
por el tiempo que sea posible,
consciente de que la vida
se acaba en cualquier momento.
MONICA GAMEROS
Bien apretados, asustados de todos, de la tos…
Demasiado cerca, demasiado calor, poco aire.
Los vagones ya no son latas de sardinas, no,
ahora parecen cámaras de gas.
Asustados, apretados,
respiramos poco,
lo hacemos en silencio.
Cuando habíamos alcanzado la esperanza de vida en 80 años,
comenzaron a matarnos entre calles, entre balas,
entre fosas clandestinas.
Luego nos alcanzaba afuera de la escuela, luego adentro.
Afuera de casa, ahora adentro.
Con la violencia del desempleo,
con él odio del rechazo, ahora
con un virus,
barren con todo.
A veces no sé para qué extrañar la calle y la gente del invierno.
Solo quiero estirar las piernas.
Que las máquinas para correr, escalar y andar en bici sean parte de los regalos del gobierno,
a cambio del voto, piénselo más.
ahora que vienen las elecciones, hay que ejercitar los pellejos que cuelgan
después del hambre .
Tal vez
lo menos trágico sea
caer.
abril, 2020
inicia el verdadero encierro y
de inmediato
el daño es primero
en contra de quienes nos dedicamos al arte, entonces
el silencio, estoica
sólo me queda,
resistir.
Cuando ves el mundo de la poesía, sabes que es un navío en perpetuo naufragio; un cuervo vivo, -la palabra que se dirige a ningún lado-; un libro, una hoja, una servilleta. Después, sabes que la poesía es un hoyo negro en el que algunos nos hemos perdido por voluntad propia, acaso por culpa de eso que se nos clava en algún momento del viaje;
muy seguro,
por la melancolía que nos mueve sólo para no comenzar a empolvarnos por dentro.
En mi caso, es un incentivo de mi contrariedad natural, nunca fui buena para ser silenciosa energía que se apaga de a poco frente a otra… Después de un tiempo, no se tiene certeza del fin que aguarda para lo que escribes; se busca el rincón -extraño los días en que escribía sólo porque sí-, quizá por eso he dejado de presentar libros míos, de todos modos nacen y están ahí como la gota que cae de la fuga inoportuna y, aunque no encuentran lugar en una hoja de papel que permanecerá como una virgen celestial, la extiendo por el mundo digital, con la impura intención de llegar a tus ojos o tus oídos, sólo para entrar y escarbar en ese desierto que impera y se expande -sólo anhelo meter los dedos y revolver cada grano de arena de ese desierto- me gusta levantar el polvo y crear nubes que disipan el paisaje de lo que se acaba, poco a poco, como el desierto que se agrieta mientras el sol quema lo que yace dentro. Ojalá no me pierda en la intención, de otra forma; el silencio puede ser el nuevo paraíso.
Abrí una ventana de la parte más alta de la casa y, de inmediato, entró la voz de una mujer sabia que, abajo, sobre la calle, le pregunta a otra: –¿A dónde vas? ¿No ves que te debes guardar del bicho? ¿Que se está muriendo mucha gente?-Las dos mujeres se ríen y los árboles brillan, se ven de lejos mientras cada una toma su camino en sentido opuesto, una entra, la otra sale del barrio lleno de campos agrícolas, lleno de flores, con árboles que comienzan a brindar sus frutos, de entre las hojas surgen limones, manzanas, duraznos; los pájaros siguen con su canto de todos los días.
El cielo se abre y el sol comienza a calentar los huesos, soy una esponja que absorbe vitamina D, miro por la ventana y pienso en «el bicho ese». Recuerdo a los cuervos de la peste negra y no sé cómo, recuerdo el libro que escribí hace muchos años, el que habla de mí huyendo de los lobos insaciables, recuerdo que en esos poemas hablaba del encierro, de las sombras tras las ventanas, de la sangre sobre la calle. Guardo silencio, me asusta esta manera de antecederme a todo…
Poesía del encierro sobre el agua de tus ojos
Camino por la casa, subo y bajo escaleras, mi gato me sigue arriba y abajo, sigue mis pasos, sigue mi ausencia, acompaña mi sombra, maúlla junto a mi forma de extrañarte y espera, al pie de la silla, me acompaña mientras como sin ganas, duerme conmigo, lo veo y consigo la calma y sólo pienso en el tiempo que falta para que toda esta pesadilla se acabe, y planeo para que cuando termine lo único que haga sea dejar mis ojos frente a tu recuerdo, conseguir que mis ojos puedan tocarte, una vez más, lento, sin prisa, a detalle y sentir tus dedos, contando el tiempo. Me niego a sentir que te necesito y me lleno de imágenes de mí contigo, de mí para ti, de mí escuchándote mientras me dices que me extrañas en un mensaje de voz donde te sé vivo y vivo con el suspiro que te nombra…
Mayo, sus días, sus tardes y sus segundos perpetuos
Camino por la calle -sólo para comprar comida fresca- camino y veo a la gente morena, con sus rasgos de campo, con sus manos de maíz, con sus ojos redondos y pequeños, enmarcados por las grietas de la vida, por el tiempo de la pobreza; van en silencio, caminan y cargan sus flores, sus yerbas, sus bebés, sus hijos llenos de sonrisas, y la gente va seria, no sonríen, no hablan, sólo caminan y siguen, porque «hay que seguir hasta que Dios quiera», porque no queda más, porque «de algo hay que morirse, pero no de hambre» y ninguno usa protección para sus ojos, ninguno cubre su nariz, ninguno cubre su boca, todos caminan porque hay que seguir y es todo, y no puedo dejar de sentir tristeza por ellos, por sus vidas así tan rasgadas con la miseria, tan destruidas por la pobreza, tan engañadas por la omisión de todo lo que no saben, todo lo que no entienden, todo lo que el desdén del «progreso» no les dice.
Es cómo si los dejaran morir, como si no importaran, como si no fueran ellos quienes mueven las tierras que nos dan comida.
Es como si ellas no importaran a pesar de que son sus manos las que arrancan la comida de la tierra, igual que hace la partera cuando arranca la vida del vientre, «de algo hay que morir» dicen y tienen razón, pero morir por desdén, por olvido, por desprecio y omisión, es el peor de los delitos.
He caminado entre ellos pocos días de los que llevo entre sus tierras que flotan sobre agua, los veo a la cara, los veo para tratar de memorizar sus rasgos, sus historias que cuentan mientras charlan entre sí en cada esquina del mercado, en cada calle de asfalto que les arranca más de su historia de todos los días.
Sé que a muchos no los veré de nuevo, sé que algunos de los niños que van por ahí y corren unos tras otros no jugarán de nuevo, no volverán a reír.
Sí, hay que morir de algo, la eternidad nos fue arrancada.
Podríamos morir de años, de tiempo, de cansancio del alma,
pero morir porque a nadie le importa, es lo que más duele…
Ay la gente de maíz,
caen de las nubes -poco a poco- hasta formar montes nuevos llenos del desdén que no quiere verlos ni escucharlos,
no quiere tenerlos en las calles, sólo quiere «tolerarlos» encorvados sobre la tierra que trabajan,
para que otros podamos comer en familia, en medio de risas y al calor de la comida que nos dan con sus manos olvidadas.
Ay su inocencia frente a lo que desconocen, sólo porque «no importan»…
Caerán como los cuervos sobre el maizal, como las hojas del otoño que antecede al gélido invierno y nunca sabrán por qué se fueron. Seguirán creyendo que es por decisión del padre celestial al que les han enseñado a obedecer.
Lo malo de la pandemia, es el genocidio del desdén.
Julio 2020
Otro de esos días en que los números siguen como el río de corriente rápida
Sigo en la montaña, he escuchado el trueno de los hombres, el fuego dirigido y persecutorio, el fuego de la ley fuga.
Canta de madrugada, aparece en medio del silencio y canta.
Es como el llanto de una mujer a la que nadie conoce, la que llora por las calles y desaparece como la luciérnaga.
Canta y brilla; a veces,
su llanto se oye más lejano, aveces,
solo es eco que rebota contra las ventanas, para no desaparecer y siempre falla.
Nadie lo escucha, todos duermen,
deshabitados, silenciosos…
El fuego canta en la madrugada y es noticia espectacular durante las primeras horas del día,
las aves cuentan la historia millones de veces y la verdad,
a nadie le importa.
Julio 2020
Boca y deseo, el amor vuelve por los ojos
en contra-ataque a la lujuria
Prohibes y desatas el deseo.
¡Qué seductora la boca!
La fiebre, las lenguas,
la miel narcótica, los besos.
En lejanía,
las ventanas del alma serán
eso que llamamos amor:
el anhelo del roce, las miradas,
el susurro, los besos.
Ay amor, maldito,
vuelves como ola del fuego
que destruye a los adictos.
Ay amor maldito,
impones la distancia y eso
lo hace delicioso.
Agosto 2020
Les veo caer, en parvada, en rebaño.
Caen por el peso de la consecuencia.
No es maldición ni castigo, no es una decisión superior, sólo es consecuencia de esa manera de provocar
-sin querer queriendo-
la propia muerte.
Es una manera de existencia que se convierte en un sabotaje perpetuo.
Les miro en silencio.
No admiro esa lenta agonía, autoinfligida.
Respeto más el detonador inmediato, el vaso y las pastillas;
la soga que sostiene el desasosiego y la muerte inmediata, porque
lejos de lo que se juzga,
es la decisión de los más valientes.
En cambio,
esa gente que se provoca la muerte,
pero de forma lenta, muy lenta,
desgranándose como la mazorca seca a la que se le caen los dientes,
-una vez que ha perdido unos cuántos-
y que no evita de ninguna forma su desmoronamiento,
no aman la vida.
No se aman.
No aman a nadie.
Sólo se envenenan, poco a poco.
Por la boca, meten veneno disfrazado de comida,
simbólico de lo único que les falta.
Así, día a día, se descomponen y después de 20, 30 años, comienzan a morir.
Enferman y en lugar de sólo fluir y aceptar sus consecuencias, se aferran a lo que llaman vida -cuando por décadas la han desdeñado- y se desintegran, se asustan; se aferran a seguir muriendo, poco a poco, sumidos en su cobardía.
Les veo caer, sin querer, en 14 días,
van sin entenderlo, directo al matadero.
Qué manera de vivir sin existir.
Qué manera de respirar y oxidarse, y olvidarse, y destruirse,
de forma tibia,
y mientas, se aferran,
el miedo -inconsciente- se los traga
y se van lamentando su suerte…
Lamentan todo el tiempo,
alargan su agonía…
Septiembre 2020
El tiempo, se escurre,
se acelera en medio de una corriente de cuerpos
arrastrados por la violencia del desdén.
El tiempo se congela.
En realidad, se quedó atrapado dentro de las gotas
de torrenciales lluvias que borran de la superficie,
de la imagen desnutrida,
de la miseria sobre pellejo y huesos.
Callejones repletos de casitas mal hechas
se llevan el gris que se traga toda aspiración de una vida digna,
de una vida llena de risas y esperanzas,
ahogadas debajo del agua de la cloaca,
en medio de un hormiguero
lleno de rascacielos.
Las gotas atrapan los segundos,
dentro de los segundos el ahogo, la asfixia de los que han caído.
Son miles que se volvieron río de cadáveres destinados al olvido…
En la corriente, atrapada quedó la sirena que alimentó mis días,
se la llevó el primer día del tiempo congelado,
astillado,
luego, el silencio
y esta ardiente pena que quiere destruirlo todo.
Hay que levantar el polvo,
revolver el desierto,
matar la nada…
Hay que devorar cualquier forma de estar frente a todo,
sin sentir
nada.
Lo que sea,
menos el olvido como rutina.
Nada, parece una broma de mal gusto, sobre todo,
si pensamos en el proceso evolutivo.
¿Qué nos queda sin la palabra?
El silencio no tendría sentido…
O ¿sí?